martes, 10 de noviembre de 2009

Sentir.

Quería verle YA.
Verle y que se volviese loco hablándonos de cómo teníamos que peinarnos, que nos enseñase las nuevas pelucas que había hecho, su nuevo peinado… Siempre le encantó peinarse de mil formas, era su sello, lo que marcaba que era él. Lo había pasado fatal, y cada segundo necesitaba más y más estar a su lado.
A escasos metros de la puerta, mientras los demás llamaban al timbre y una hipotermia se apoderaba de mi cuerpo, comencé a ponerme nerviosa. La puerta se abrió, salude alterada, buscando un pelo rebelde por la casa, y le vi.
No era un pelo rebelde, porque no había ni un pelo. Su cabeza estaba al descubierto, ¿cómo podía ser tan tonta?
Estaba claro que iba a ser así, ¿por qué no he podido ver algo tan lógico?
Corrí, corrí y le abracé, supongo que él no se daría cuenta, pero derramé una lágrima. Me cuide mucho de que no lo hiciera y la sequé rápidamente, hoy más que nunca iba a hacerle feliz.
Hablaba más despacio y con mayor dificultad, no podía evitar sentirme mal, pero mi sonrisa se mantenía firme. El brillo de sus ojos me transmitía calma y esperanza. No había de que preocuparse, él estaba ahí, a mi lado, se acabaron los largos meses de hospital, se acabaron los tratamientos intensos con los que se caiga el pelo, adiós a la quimioterapia, ahora lo que antes era “cáncer linfático” queda reducido a una cicatriz en el cuello. O al menos eso quería pensar, unas pastillas, pruebas de vez en cuando… Y poco más. Ojala, porque él no se merece otra cosa que no sea estar bien.
Fueron 5 horas sentados en un sillón, hablando sin parar, abrazándonos. Contando nuestras intimidades, nuestros secretos mejor guardados, abriendo nuestros corazones.
Y entonces lo dijo.
- Han sido muchos meses de hospital, mucho sufrimiento por parte de todos, tú lo sabes. Cuándo se me empezó a caer el pelo empecé a ser consciente, esto no era una tontería. No era una gripe, ni unas anginas ni nada que se fuese con un par de antibióticos. Era esa palabra que tan mal suena, era un cáncer. Ahora solo queda ir mejorando… Aunque a veces creas perder la esperanza y veas que todo está perdido, eso no es así. Ya no estoy encerrado entre cuatro paredes incómodas en una odiosa cama de hospital, vale, sigo encerrado, pero estoy encerrado en mi casa, en unos meses saldré, si todo sale bien, y podré volver a mi vida de siempre. Y nos iremos tú y yo de fiesta, como buenos primos, pero con una condición, no vale dormir ni un minuto, ¿vale?
Esta vez no podía ocultarlo, mis ojos se humedecieron y me abalancé sobre él.
- Te quiero – le susurré al oído.
Sonrió y me abrazó, muy, muy fuerte.
Tenía muchas ganas de llorar, pero sobretodo, tenía muchas ganas de estar con él. Mucho tiempo, el mayor posible, de seguir contándonos nuestras cosas…
En el fondo yo también tenía miedo, y él lo sabía.
Teñimos con risas lo que quedaba de noche. Los últimos detalles los retocamos con abrazos, y disfrute, como nunca lo había hecho de él, de mi primo.
Cuando llegué, a las 4 de la mañana y me metí en la cama, era incapaz de dormir, pero ahora, estaba feliz.
Te quiero primo.




Annie Castaño Gómez.
Sábado 7 de noviembre del 2009.